Aprende a quererte, solo así te querrán como quieres

Sí, por fin llegó San Valentín, día de los enamorados, 14 de febrero, celebremos el amor. Porque amar es vital, para la salud física y mental, para sentir felicidad.
Sin amor es difícil la supervivencia. Pero no es necesario tener pareja, ni estar enamorado, pero sí querer todo lo que podamos, lo primero, a uno mismo. Ahí empieza el amor, a partir de ahí podremos amar sin medida y nos amarán en la misma proporción. Es lo bonito de estar vivo.
Hoy os quiero contar un cuento, literal. Es algo que escribí hace muchos años para una persona que entonces andaba flirteando con ciertos trastornos de alimentación. No digo que sirviera de algo, ni tampoco espero que hoy funcione como terapia, simplemente ha vuelto a mi cabeza y me ha parecido oportuno traerlo a estas páginas un día como hoy.
El Loro que quería ser palomo
Perloro era un loro de lomo verde oscuro con una franja roja en el centro. Sus alas tenían un color verde hoja en la parte alta y amarillo en las plumas que se desplegaban al volar. Su pechuga era de un suave naranja, y en su cola se fundían los mismos colores subidos de tono: verde, amarillo, naranja, rojo. Su cabeza era verdioscuro por el cogote e iba virando al amarillo hacia el pico, en torno al cual tenía una bonita franja roja como la de su lomo. Pearloro era un loro precioso. El brillo de su plumaje provocaba la envidia de todas las vecinas de Rita.
Rita vivía con Perloro y lo primero que hacía todas las mañanas era saludarlo, hablar un ratito con él, tomarle entre las manos y acariciarle el lomo, hacerle arrumacos. Dejaba que volase libremente mientras ella limpiaba la jaula, ponía comida nueva y agua fresca.
Perloro vive en la terraza de la casa de Rita y cuando ella se va a trabajar, deja la jaula abierta para que vuele por donde quiera y vea la calle, los niños en el parque que hay cerca, y las palomas revoloteando muchas veces por el alféizar. Rita sabe que le gusta revolotear por los alrededores, pero le tiene dicho que siempre ha de volver a casa antes del atardecer.
Cuando Perloro se queda solo en la terraza, mira la calle, los árboles, el cielo, pero sobre todo los palomos que van de un tejado a otro, suben a un árbol, bajan al suelo, se acercan a su terraza y pasean por el poyete. Hablan entre ellos, se dicen cosas al oído, se van volando y vuelven a pasear por el alféizar, con el pecho hinchado, como si fueran los más guapos de la tierra.
Y lo son ¿no os lo parece? Son los más bonitos. ¿Y sabéis por qué? Porque ellos así lo creen y así lo sienten. Y cuando uno se ve guapo, es guapo. Y los demás le ven guapo. Porque la belleza está dentro de uno mismo, y cuando así lo entendemos, somos capaces de sacarla fuera para que la vean los demás.
Perloro los mira con envidia ¡son tan guapos! -piensa-.
Algunos días sale de su jaula y se pone junto a ellos, temblando de miedo y vergüenza, cree que se van a reír de él por su plumaje. Un día hace un esfuerzo y, sin mirar, saluda con un hilo de voz.
– ¡Hola!
La paloma Oma le mira con extrañeza y le dice
– ¡Hola!
Enseguida llega Omo el palomo, que hincha su pecho hasta casi darle en el pico a Perloro y dice
– ¡Hola!
Perloro, muerto de vergüenza, se mete en su jaula, cierra la puerta con su pata y esconde la cabeza en su ala. Y así pasa el resto del día, llorando y pensando cómo le gustaría ser como esos palomos tan elegantes, con su traje gris, y no como él, siempre vestido como un payaso, llamando la atención con tantos colorines.
Cuando llega Rita se lleva un susto de muerte.
– ¿Qué te pasa Perloro?
– Quiero ser Palomo -piensa él, pero no dice nada, solo la mira con los ojos vidriosos de lágrimas.
– ¿Por qué estás triste? No has comido nada ¿Ya no te gusta este alpiste?
Perloro bebe un poco de agua y se retira a un rincón a dormir.
Al día siguiente, cuando Rita ya se ha marchado, Perloro sale de su jaula y se posa en el alféizar a esperar. Es todavía temprano y las palomas están revoloteando por las calles, buscando algo para desayunar. Perloro se acerca a su comedero y llena su pico de alpiste y pipas y los esparce por la terraza. Enseguida vienen varios palomos y palomas a picotear.
Perloro mira sin decir nada y la paloma Oma se acerca a él y le dice:
– ¿Es para nosotros esta comida?
– Sí, yo tengo mucha y no me gusta.
– ¿No tienes hambre? A mí me gusta salir a picar por ahí algún resto de lo que se les cae a los niños.
– Seguro que está más rico.
– ¿Quieres que vayamos a dar una vuelta y busquemos algo para desayunar?
– ¿Me dejarías ir contigo?
Omo se acerca a oír la conversación. Tiene el buche lleno de tanto comer y mira a Perloro con extrañeza.
– ¿Cómo te llamas?
– Perloro.
– Yo me llamo Oma -dice la paloma-. Y él es Omo, mi hermano.
– ¿Por qué eres tan raro? -Vuelve a preguntar Omo
– No le hagas caso -dice Oma-, me voy con Perloro a dar una vuelta. Hoy no me esperéis para jugar.
– ¿Vosotros jugáis? -Preguntó Perloro abriendo mucho los ojos- ¿Como los niños?
– Claro. Después de desayunar nos vamos a volar entre los coches y jugamos a ver quién aguanta más rato sin escapar a lo alto. También vamos al parque y jugamos al pilla pilla con los niños. Nos ponemos delante de ellos y corremos y volamos hasta que se cansan de seguirnos. Si quieres vamos al paseo, se sientan viejitos en los bancos y cuando nos ven nos echan miguitas de pan duro.
– ¿Y eso se come?
– Sí, y es muy divertido jugar a ver quién coge más migas. Y cuando se acaban, quedarse mirando al viejito para que nos dé más, y como no tiene, ver cómo baja la cabeza, se levanta del banco y se va -ríe Oma echando la cabeza a un lado.
– ¿Y eso es un juego?
– Claro, después nos subimos al banco, y nos comemos todas las migas que se le han caído sin darse cuenta ¡son tan torpes! Luego les seguimos y picoteamos todas las migas que han quedado por sus pantalones y la chaqueta de lana. El viejo corre y nos reímos mucho.
[box] Perloro estaba entusiasmado. Se fue todo el día con Oma, y aunque la comida le sabía a humo y cuando pisaba el suelo se manchaba de grasa y notaba las patas pegajosas, no decía nada.[/box]
Tampoco reconoció que se cansaba de tanto correr delante de los niños y que le daba pena cuando se ponían a llorar, porque nunca les alcanzaban. Le dijo, que se lo había pasado muy bien, y que lo que más le gustaría era tener un traje gris como el suyo.
– Tus plumas también son muy bonitas, aunque ya no son tan vistosas como antes.
Perloro se acercó a un charco y miró su imagen. Era verdad, sus colores estaban tan sucios que ahora se parecía más a Omo el palomo.
– ¿Te gusta? -le pregunto a Oma
– Sí -contestó ella indiferente.
– ¿Crees que podría llegar a ser uno de los vuestros?
– Todos somos iguales ¿Por qué quieres ser como nosotros?
– Porque os veo muy felices.
– ¿Tú no eres feliz?
Perloro se quedó pensando. Llevaba meses viviendo con Rita. Ella le cuidaba, le mimaba, le daba de comer y limpiaba su jaula. Podía revolotear cuando quería y siempre tenía un sitio donde dormir, donde no pasaba frío, ni se mojaba si llovía. Se puso triste y cabizbajo. Oma se acerca y lo abraza.
– Qué te pasa? ¿Porque lloras? No te preocupes, si quieres puedes quedarte a vivir aquí con nosotros en el parque.
– Es que ya no sé si quiero ser Palomo.
– ¿No querías tener un traje gris y jugar con nosotros?
– Sí, pero ahora que he perdido mis colores me siento como si no fuera yo, pero no me siento como tú. Me gusta más mi comida, y echo de menos a Rita.
– Debe ser muy difícil intentar ser lo que no eres.
– Yo solo quería tener amigos.
– ¿Y crees que por cambiar de aspecto vas a tener más amigos?
– Eso creía, pero ahora me di cuenta de que estoy más solo porque he fingido ser lo que no era y vosotros veis en mí lo que no soy. No me queréis a mí sino lo que a lo que finjo ser.
– Me estás haciendo un lío Perloro.
– He fingido ser Palomo porque no quiero ser loro.
– Pero eres loro, aunque ahora no lo parezca. ¿Estás llorando?
– Sí, porque estoy desolado. Si yo no me quiero ¿quien me va a querer?
La paloma Oma no entendía nada, y no sabía qué decir ¿Por qué alguien quiere ser lo que no es?
Llegó Omo el Palomo y sus amigos. Todos miraban a Perloro, que seguía llorando en el suelo desconsoladamente, cada vez más manchado de barro.
– ¿Qué le pasa?
– No lo sé, dice que quiere ser como nosotros.
– Pero si ya lo es. Tiene dos alas, dos patas, un pico…
– Quiere un traje gris.
– ¿Y llora solo por el color de su traje?
– Y por volar entre los coches, comer delante de los niños y comer migas de pan duro.
– ¿Y por qué no lo hace?
– Porque dice que ya no quiere ser como nosotros.
[box] Los palomos no entendían nada. No sabían si reír o llorar.
¿Será que Perloro está chiflado?[/box]
A Omo el palomo le dio pena tanta tristeza y se acercó a él.
– Levántate y deja de llorar. Estás hecho un asco. Más que gris has conseguido ser negro.
– Quiero volver a casa.
– Pues vuelve.
– Me da vergüenza. Rita es muy buena y estará triste. Cuando me vea tan sucio ya no me querrá.
– ¿De verdad crees que la gente te quiere solo por tu aspecto?
– Ella dice siempre que soy muy guapo.
– Estás chiflado si piensas que lo importante es ser guapo o feo.
– ¿Tú no lo crees?
– Yo soy gris y estoy un poco gordo y mis amigos están encantados conmigo. Oma tiene el pico dentado de tanto morder el asfalto, y yo la quiero más que a nadie. Cagado tiene el pelo blanco, lleno de manchas verdes y negras y todos disfrutamos jugando con él ¿Por qué te preocupa tanto el aspecto físico?
– Todos dicen que soy guapo.
– Y sin embargo, no eres feliz. Lo que diferencia a los seres vivos no es la belleza, es su capacidad de amar, de ayudar a los demás, de hacer feliz a los seres queridos…
El loro Perloro volvió a llorar a moco tendido. El palomo Omo empezaba a estar cansado del tema tan tonto.
– ¿Y ahora qué te pasa?
– Me estoy acordando de Rita. Ella me quiere mucho y ahora estará muy triste por mi culpa.
– Pues vete a casa y déjanos en paz -gritaron todos los palomos al unísono y se fueron volando.
– Lávate un poco y vete a casa -le aconsejó la paloma Oma-. Piensa en todo lo que te ha dicho Omo e intenta ser feliz -. La paloma Oma se acercó al loro Perloro y le di un beso-. Adiós.
Perloro se quedó solo, triste, pensando en sus amigos. Sí, sus amigos, porque habían estado con él cuando era un loro de vistosos colores. Y habían estado con él jugando por la ciudad. Y habían seguido con él cuando no sabía lo que quería y estaba sucio. Eran sus amigos porque lo querían de cualquier forma y color. Solo cuando él demostró que no le importaba nada salvo su aspecto, fue cuando se marcharon.
El loro Perloro pensó también en Rita. Ella le quería y él la había abandonado, sin importarle sus sentimientos. No se había preocupado nada más que de sí mismo y de su aspecto físico. Tenía que volver con Rita. Saber si ella le seguía queriendo y hacerla feliz como antes, eso sí que era verdaderamente importante.
– ¡Perloro, has vuelto, qué alegría! Creía que habías muerto -Rita lloraba de alegría, le tomó entre sus brazos y le dió un millón de besos.
Perloro no se lo podía creer, ni siquiera había notado que había cambiado de color. «Me quiere tanto -pensaba-, que no le importa mi aspecto. Es feliz porque he vuelto. Yo también soy feliz por estar con ella. Es tan buena. ¡Y tan guapa! Nunca me había fijado en lo guapa que es, quizá porque nunca me había dado cuenta de lo mucho que la quiero y me quiere. ¡Es verdad! La belleza está dentro y sale fuera cuando nos queremos, amamos y somos amados«.
Esa noche, Perloro se dió un baño con ayuda de Rita, y aunque sus plumas no retomaron su color natural, y todavía tardarían mucho en hacerlo, se sintió feliz de estar en su hogar, su jaula, de comer alpiste y beber agua fresca, y sobre todo, de quererse, tal y como era, y eso que ahora su traje no era ni de loro ni de palomo, pero al menos estaba seguro de que era Perloro y se quería a sí mismo.
Pasados unos días, Perloro había recobrado sus colores, más intensos todavía. Rita creía que era por la comida que le daba, pero el loro Perloro sabía que era porque se sentía orgulloso de su plumaje y eso lo hacía más bonito.
La paloma Oma venía todos los días a verlo y estaban mucho rato charlando. También Omo el palomo se acercaba algunas veces a su jaula para quitarle alguna pipa. El loro Perloro hacía como que se enfadaba y luego se reían.
Se reían muchísimo los tres. Algunas mañana se iba con ellos a revolotear entre los coches, pero siempre volvía a su terraza con el tiempo suficiente para que Rita lo encontrara al llegar a casa.
Nunca más volvió a dejarla sola. Y nunca más volvió a sentir envidia de lo que no era o no tenía.
Solo pensaba en la suerte de ser como era.
Maria
15 Feb 2023